El plan de Dios sobre la familia
Félix López
Mi blog “El plan de Dios sobre la familia“
Pertenezco a los Siervos del Hogar de la Madre desde su fundación en 1990, soy sacerdote desde hace 21 años, licenciado en Farmacia por la Universidad Complutense de Madrid y Doctor en Teología Dogmática por la Universidad de la Santa Cruz en Roma. Me dedico especialmente al apostolado con los laicos y a predicar retiros a jóvenes y adultos
El Papa Francisco ha proclamado un Año Santo dedicado a S. José. Para marcar las líneas de reflexión en este tiempo de gracia, ha escrito la carta Patris corde (Con corazón de padre). En ella presenta la figura de S. José, centrándose principalmente en su paternidad y en las diversas dimensiones de esta.
¿Qué es el perdón? El perdón consiste, en primer lugar, en comprender que el mal que hay en el otro es manifestación de una enfermedad, de una carencia: el pecado. Esto nos debe mover a la compasión. Viendo su miseria, es necesario comprender que el otro es limitado y pobre. Es el primer momento del perdón y del amor: la misericordia. Con ella se busca el bien del otro, su corrección, nunca su castigo, lo que incluso comporta cargar con el peso del otro para aliviarle la carga, sufrir con él.
El matrimonio es la vocación más común para el desarrollo integral de la persona, y debe ser vivido como camino de santidad junto a su cónyuge. El matrimonio es una escuela de amor, porque amar es un arte que requiere de un aprendizaje, algo que se debe vivir como un fascinante desafío ya que, en este camino, los cónyuges están llamados a crecer en el amor mutuo, a ayudarse mutuamente a realizarse en la entrega sincera de sí mismos, realizando ese “éxodo” que consiste en salir de las propias comodidades y egoísmos para donarse al otro.
No es casualidad que Luigi y María Quattrocchi, primeros esposos beatificados conjuntamente como matrimonio, estén enterrados en el santuario dedicado a la advocación de Nuestra Señora del Divino Amor (o del Espíritu Santo). Ellos vivieron con un solo corazón, entendiendo que el matrimonio es una comunión de vida entre el hombre y la mujer siguiendo la imagen de Dios, Uno y Trino.
A lo largo de nuestros artículos, hemos repetido numerosas veces la importancia de contar con la gracia que otorga el sacramento del matrimonio para la vida de los esposos. En cuanto vocación a la santidad, el matrimonio, como cualquier otra vocación, es una tarea irrealizable con las solas fuerzas de los esposos.
Para leer la primera parte, pincha aquí.
Los esposos están llamados a ser sal de la tierra y luz del mundo. Deben entregarse para transformar el mundo desde dentro, para hacer visible con su amor el amor que Cristo tiene por su Iglesia.
El término espiritualidad conyugal es relativamente nuevo. De hecho, no es hasta el siglo XX cuando el Magisterio de la Iglesia empieza a enunciarlo como tal aunque, en realidad, es un concepto tan antiguo como el mismo sacramento del matrimonio: Si todos los fieles han recibido de Dios la vocación universal a la santidad, es lógico que no solo los consagrados cuenten con su propia espiritualidad, sino que también los esposos tengan una espiritualidad peculiar de su vocación particular.
¿Por qué mantener el celibato en la Iglesia?
Escrito por P. Félix LópezNo deja de ser llamativo que cada cierto tiempo reaparezcan en la opinión pública, en los medios de comunicación y, a veces, dentro de la misma Iglesia, críticas o dificultades contra el celibato sacerdotal. A nivel teórico, creo que desde el Magisterio, se han dado razones de peso para responder a todas las objeciones que, de forma reiterativa, se han propuesto a la práctica del celibato. Y a nivel práctico, la mejor defensa del celibato es la experiencia cotidiana de miles de sacerdotes que han vivido y viven su celibato con alegría, con fe, con entusiasmo.
La sexualidad humana es un don dado por Dios al hombre como expresión mutua de amor entre los esposos y dirigida a la prolongación de su amor en los hijos. Al comienzo de la creación, Dios manifiesta su designio: “dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne” (Gen 2, 24). Si bien la expresión “una sola carne” significa todos los ámbitos en que los esposos se hacen una sola realidad, una unidad, es obvio que incluye también la dimensión sexual. Desde sus comienzos, la Iglesia ha tenido que evangelizar la sexualidad protegiéndola por un lado de la banalización que hacía de ella el paganismo y, por otro, defendiéndola de visiones maniqueas y gnósticas que reprobaban la sexualidad como algo propio de la materia e indigno del hombre espiritual. A paganos y maniqueos tuvo que presentar la Iglesia la belleza y bondad de la sexualidad humana en el matrimonio, unida a la castidad y al pudor cristianos.
Con demasiada frecuencia nos pasa casi desapercibida la gran Solemnidad de Pentecostés, el día en que celebramos la efusión del Espíritu Santo, el nacimiento de la Iglesia, la santificación.
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Hay un texto de san Juan Pablo II en Redemptor hominis famoso por la belleza y riqueza de la verdad que encierra: “El hombre no puede vivir sin amor. Él permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y no lo hace propio, si no participa en él vivamente” (RH 10).
En su carta Familiaris consortio, S. Juan Pablo II reflexiona sobre la relación entre el matrimonio y la virginidad consagrada. Para una recta comprensión de estas dos vocaciones, es preciso tener presente el dato originario que las une: “Dios ha creado al hombre a su imagen y semejanza: llamándolo a la existencia por amor, lo ha llamado al mismo tiempo al amor….
En su encíclica Deus caritas es, el Papa Benedicto XVI ofrece una preciosa reflexión sobre el amor humano. El Pontífice hace frente a la acusación que con frecuencia se ha dirigido contra el cristianismo de ser un “aguafiestas” que viene a llenar de tintes negativos y a amargar lo más precioso que ofrece la vida: el amor entre el hombre y la mujer.
¿Qué es el amor conyugal? Para entender correctamente la expresión, debemos considerar que el término “conyugal“ viene de “compartir el mismo yugo“. Nos da ya una idea de esa unidad que existe entre los esposos unidos en matrimonio que trabajan y viven bajo el mismo “yugo“, formando una única realidad, “una sola carne“.