Mientras, en las clases, yo intentaba desmarañar ese barullo de nombres, que desconocía totalmente, esforzándome por personalizarlos poniéndoles rostro. Y él… en los pasillos. En un continuo devenir.
- Profe… ¿tú eres la de reli? Pues yo estoy, pero no voy a ir.
Días después, aparece en clase.
- Yo no quiero estar aquí, así es que me voy… (y se iba).
Por fin desaparece de mi lista.
- ¡Hola! Que he pensado que quiero estar aquí (mientras grita y violenta a los demás compañeros metiéndose con todo lo que se mueve).
Mientras tanto, yo pensaba: ¡Señor…otro más no! (porque la clase “¡menuda es!”, un auténtico campo de batalla donde suenan tiros sin controlar cuál es su origen). Y después de varias semanas de trasiego donde Tomás viene y va, se pasea por los pasillos, visita el despacho de jefatura, se va metiendo en las clases que prefiere o se queda en los aseos, de donde hay que rescatarlo, es expulsado varios días y varias veces… definitivamente ¡está en religión y es mi alumno!
Poco a poco, después de sentir que con esta clase he de hacer “filigranas” si quiero que se oiga mi voz, al menos, durante 15 minutos a la hora y, tras encomendarme a nuestro Señor y entregarme a su Voluntad... la paz tenue y suavemente va impregnando nuestra aula semana tras semana. Lentamente, (como un sencillo y cotidiano milagro), Tomás y sus compañeros se van adaptando a mí y yo a ellos. Nos vamos comprendiendo y entendiendo. Nos escuchamos y crece nuestro mutuo respeto. Voy indagando sobre la vida de Tomás. Prefiero omitir los detalles, pero descubro que lo que él necesita y pide a gritos es una madre. ¡Es así de sencillo!
Desde que clavé mis ojos en los suyos, lo sentí desvalido y triste, y desde entonces he hablado a solas varias veces con él. Su comportamiento (al menos conmigo), ha mejorado notablemente. Me respeta y sabe que le quiero. Ha llegado a ser mi debilidad y he de estar muy atenta para que esto no me impida exigirle un comportamiento adecuado y mínimamente tolerable para con el resto de sus compañeros. Pero es que cuando le miro… lo que realmente deseo es abrazarlo y decirle que no tenga miedo, que todo irá bien y que, sobre todo, él no está solo. Porque tiene una MADRE, VERDADERA Y REAL, que lo acompaña y que lo ama. Que cuida y vela por él. Una Madre que es del cielo, pero que se pasa la vida en la Tierra acompañando a sus hijos más débiles…
Hoy hablábamos de los milagros en clase y ¡la mayoría cree en ellos! Tomás no del todo…, pero intuyo que lo está deseando… Finalmente hemos hablado de la “medalla milagrosa” y he recordado que tenía unas cuantas y las he repartido. Al preguntar si la deseaban…¡todos querían! Tomás el primero, por lo que le he hecho esperar.
A él se la daré cuando le pueda explicar que es NUESTRA MADRE, la suya y la mía. Que puede hablar con ella y contarle lo que desee porque ELLA LE ESCUCHA. Que a mí me ha escuchado siempre. Y que nos ama tanto que nos dio a su Hijo para que aprendiésemos verdaderamente a AMAR.
En este mes ¡querida Madre! te pido por Tomás y por todos los que como él, te sueñan sin saberlo.
¡Gracias Madre!