Eran las 11 de la noche; sólo a esa hora nos era posible liberarnos de todos los quehaceres y aliviar nuestro espíritu disfrutando de nuestra amistad frente a un café con leche y un cola-cao.
Hablamos de lo humano y lo divino. Pero sobre todo, de “nuestros chicos”, nuestros alumnos. De, de los padres y familias de nuestros alumnos, de nuestra denostada profesión, del sistema educativo, de nuestros compañeros de trabajo, de nuestros respectivos Centros, etc. De cómo nos sentimos y cómo intentamos sobreponernos a los avatares que, cada día, se nos presentan.
Lamentamos la ingratitud y la ignorancia que acompaña a una sociedad que juzga impunemente la labor de los profesores, que los infravalora, critica y menosprecia. De la lucha que hemos de afrontar y que nos debilita ante un sinfín de informes y papeles que nos quitan la energía y cuya utilidad auténtica, cuestionamos.
De cómo estamos empeñadas en poner nuestras fuerzas en el trabajo que realizamos, y que en nuestro caso constituye nuestra VOCACIÓN y, sin embargo, termina difuminándose en la burocracia del sistema, el marketing de los ideólogos y el combate con unos padres que, con demasiada frecuencia , aparecen ausentes o han desistido de su tarea educadora.
Hablamos de la flaqueza que sentimos, de la necesidad de una tregua; del miedo que nos acecha ante la incertidumbre de las futuras generaciones “mal-educadas”.
Del desasosiego con el que miramos hacia el futuro.
Acabó la velada a las 2h de la mañana, pero nos abrazamos y nos despedimos con ternura y con todo el afecto que provoca la empatía, la comprensión y el cariño.
Al día siguiente , un alumno de Bachiller, al entrar a clase (después del transcurso de las vacaciones de Semana Santa), me saluda diciendo:
- “Profesora…, estas vacaciones, me he acordado de ti….”
- ¡Qué curioso!- pensé, sin darle más importancia.
En la siguiente hora, otros dos más me dijeron exactamente lo mismo. Durante los dos primeros días de la vuelta a la rutina, fueron unos cuantos quienes me expresaron que se habían acordado de mí durante la Semana Santa. Ya sea viendo una procesión, o porque acudieron “algún día” a uno de los Oficios del Triduo Pascual, o porque me han regalado una estampita de su Cofradía o porque ahora saben qué es el Sagrario y dónde se encuentra en su iglesia.
Entonces pensé que no todo estaba perdido… Que, aunque no lo pareciese, SÍ QUE ESCUCHAN Y SÍ QUE VEN.
No creo que, realmente, pensaran en mí…; creo que se acordaban de escuchar a SU PROPIO CORAZÓN. Que se permitían la oportunidad de decirse a sí mismos que eso que estaban viendo o disfrutando tiene un sentido más allá que el de la pura fiesta y unos días sin clase.
Me gusta pensar que hay un pequeño resquicio en sus mentes o en su interior por donde puede pasar LA LUZ, porque soy consciente que ¡no es la mía!...
¡Es difícil vivir confiada! En que Cristo SABE lo que yo necesito y lo que necesitan ellos. ¡PERO LO SABE Y ACTÚA! Lo hace y lo hará SIEMPRE "hasta el final de los tiempos", porque ¡LO PROMETIÓ!
Es de su PALABRA de quien me tengo que fiar. Ni de mí, ni de mis alumnos o sus padres, del gobierno o de la sensatez del mundo. ¡Sólo Cristo salva!
¡EL RESUCITÓ POR MÍ, POR TI ,POR ELLOS… POR TODOS!
Esa es NUESTRA ESPERANZA, no otra. Aun cuando todo nos apunte a lo contrario, ¡la vida vence a la muerte!. A pesar de nuestra pereza, desaliento y desánimo, Cristo lleva la historia y la conduce hacia el Padre.
Empieza el mes de Mayo, el mes de la Madre, el mes de Fátima. Ante ella los pongo a TODOS: alumnos, padres, profesores, políticos para que les guíe y fortalezca.
A mí, también.